Placidez
Siempre me han gustado los pueblos pequeños,
la gente sencilla sin complicaciones,
las casas bajitas de estufas con leños
y aleros de tejas que habitan gorriones.
Los patios que tienen frondosos parrales,
las calles de tierra donde los troperos
conducen hacienda hasta los corrales
en fletes lobunos, gateados u overos.
Andar los suburbios en noches tranquilas
con estrellas altas siempre titilando,
sentir que nos hace forzar las pupilas
el bulto de un hombre que pasa silbando.
Las sombreadas quintas, la paz de la siesta,
el zumbar de abejas sobre las colmenas,
la magnificencia del sol que se acuesta
tras un horizonte sin torres ni antenas.
Entornar los ojos en las tardes quietas
con rosadas nubes de formas extrañas,
ver los pescadores en sus bicicletas
regresar del río con redes y cañas.
Los que en su añoranza de provincianía
adornan los patios con ruedas de carro
y cuyas mujeres hacen todavía
tiernos amasijos en hornos de barro.
Las grandes ciudades nos roban los sueños,
el tiempo transcurre demasiado a prisa,
se afanan los hombres en vanos empeños
donde no hay espacio para la sonrisa.
En el engranaje de esa lucha amarga
tritura la gente su afán de futuro,
la vida es tan corta, la muerte es tan larga
y para buscarla tienen tanto apuro.
Por eso me gustan los pueblos pequeños,
la gente sencilla de sonrisa franca
que beben cerveza en bares costeños,
pantalón de Grafa y alpargatas blancas.
En esos lugares casi siempre encuentro
la placidez pura de lo suburbano,
donde puede el hombre crecer desde adentro
que es lo más hermoso del género humano.
(Letra: Argentino Luna)
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